Hace unos meses inicié esta aventura. Mi blog personal. Desde hoy lo traslado con un nombre más ambicioso. Ya no será una casa simple. Ahora lo hemos convertido en un refugio universal con cabida para todas las almas en busca de cosas nuevas. Los que ya han estado por acá los invito al nuevo ambiente, serán gratamente bienvenidos. Allá los espero con la promesa de una renovación diaria. Igual les invito a dejar sus comentarios y votar en las encuestas, tan “locas” como el mismo blog. Y un brindis por la vida y sus consecuencias.
www.villabega.blogspot.com. Esta es mi nueva propuesta. Una sola ley vigente: la alegría, y un único uniforme: el amor a la vida.
lunes, 14 de julio de 2008
domingo, 6 de julio de 2008
SOLILOQUIO
La soledad del “atestado”
Los andenes repletos, en los vagones del tren no cabe un suspiro. Y así los ascensores, las oficinas, las cafeterías. Lugares donde se camina en masa por que no hay espacio para un desplazamiento fluido a no ser con mil almas respirándote al oído.
Es la realidad de una ciudad matizada de silencios pero rodeada de un bullicio eterno que se prolonga hasta el sueño. Nueva York es una urbe de soledades y vacíos. Mudos desplantes entre estaciones abarrotadas de esperas y muecas de hastío.
Personajes con rostros pero sin nombres. Número social que cada noche vuelve a desafiar la soledad con un televisor, un libro o un ordenador sin lograr dejar de percibir el espanto por la ingrata ausencia de una sonrisa.
Así vivimos, así andamos, sin respuesta. No todos, porque entonces sería la muerte. Hay mucha gente con familia que le espera. Una mesa para compartir, una buena nueva, una reflexión sobre la noticia del día o un brazo dispuesto para recorrer caminos. Quizás los menos, quizás los más.
Pero a lo que no podemos escapar es a esa sensación de desarraigo cuando abordamos el metro y no hay una mirada a quien responder un “buenos días”.
A nadie le importa nada o alguien. Eventualmente, más por responder a un llamado de la ley que de las normas cívicas se entrega un asiento a un minusválido o se cede el paso a un abordante en necesidad. Porque se anda solo como puta ajada en las calles de Paris o Madrid o cualquier ciudad donde ejerza.
La soledad del atestado es el refugio de las almas varadas en el miedo y la desconfianza. De los seres arrogantes calcinados en el ego de creerse dueños del mundo. Es la respuesta a un credo fundado en el escepticismo y el desamor.
Me aterra subirme al tren. Mirar caras envueltas en miradas perdidas. Buscando no mirar para no comprometer un asombro. Seres empequeñecidos, inutilizados en un abandono de espanto y podredumbre. Donde nadie cree en la fuerza de una cortesía o en el impacto de un saludo a un desconocido.
En su soledad el atestado desconfía, desdeña, maltrata. Pero es igual mirado con desconfianza, desdén y también se le maltrata. Porque cuanto va también se recibe de vuelta.
Los andenes repletos, en los vagones del tren no cabe un suspiro. Y así los ascensores, las oficinas, las cafeterías. Lugares donde se camina en masa por que no hay espacio para un desplazamiento fluido a no ser con mil almas respirándote al oído.
Es la realidad de una ciudad matizada de silencios pero rodeada de un bullicio eterno que se prolonga hasta el sueño. Nueva York es una urbe de soledades y vacíos. Mudos desplantes entre estaciones abarrotadas de esperas y muecas de hastío.
Personajes con rostros pero sin nombres. Número social que cada noche vuelve a desafiar la soledad con un televisor, un libro o un ordenador sin lograr dejar de percibir el espanto por la ingrata ausencia de una sonrisa.
Así vivimos, así andamos, sin respuesta. No todos, porque entonces sería la muerte. Hay mucha gente con familia que le espera. Una mesa para compartir, una buena nueva, una reflexión sobre la noticia del día o un brazo dispuesto para recorrer caminos. Quizás los menos, quizás los más.
Pero a lo que no podemos escapar es a esa sensación de desarraigo cuando abordamos el metro y no hay una mirada a quien responder un “buenos días”.
A nadie le importa nada o alguien. Eventualmente, más por responder a un llamado de la ley que de las normas cívicas se entrega un asiento a un minusválido o se cede el paso a un abordante en necesidad. Porque se anda solo como puta ajada en las calles de Paris o Madrid o cualquier ciudad donde ejerza.
La soledad del atestado es el refugio de las almas varadas en el miedo y la desconfianza. De los seres arrogantes calcinados en el ego de creerse dueños del mundo. Es la respuesta a un credo fundado en el escepticismo y el desamor.
Me aterra subirme al tren. Mirar caras envueltas en miradas perdidas. Buscando no mirar para no comprometer un asombro. Seres empequeñecidos, inutilizados en un abandono de espanto y podredumbre. Donde nadie cree en la fuerza de una cortesía o en el impacto de un saludo a un desconocido.
En su soledad el atestado desconfía, desdeña, maltrata. Pero es igual mirado con desconfianza, desdén y también se le maltrata. Porque cuanto va también se recibe de vuelta.
miércoles, 2 de julio de 2008
SOLILOQUIO
La indignante actitud del personal de salud en NYC
Lo que hemos visto en la televisión latina norteamericana en los últimos días es para sentirse indignados hasta los tuétanos. Una mujer lleva casi 24 horas en un hospital siquiátrica buscando ser atendida ante la indiferencia del personal de seguridad. Cae al suelo, se golpea el rostro y finalmente muere. La escena es captada en una cámara de seguridad.
Cuánta indolencia e irresponsabilidad. Hasta ahora, simplemente el personal responsable ha sido despedido, por lo menos eso han dicho. Pero ¿Cuántos más habrán corrido la misma suerte?
Recuerdo de jovencito haber leído a Eduardo Galeano y sus Venas Abiertas. Narraciones espeluznantes sobre el ejercicio de la medicina en los Estados Unidos. Le confieso que hasta llegar aquí y vivirlo me resistía a creerlo. Ahora puedo dar testimonio y no sólo por este caso, sumamente grave por demás, sino por asuntos personales.
Un familiar sintió un fuerte dolor de pecho, se llevó al hospital más cercano y sólo pusieron atención cuando le oyeron caer de bruces en el baño donde entró a resolver una necesidad personal. Entonces cumplieron con el deber. Pero ahora con otro agravante, una profunda herida en su frente.
Este es sólo uno, puedo contar más. Yo mismo he tenido la necesidad de usar los servicios de salud y el trato es frío, me repiten lo que sé y cuánto digo pero no tengo respuesta.
Escribo esto intentando hacerlo corto pero es tanta la indignación y la impotencia ante el hecho que no puedo más que desahogar mi rabia en este texto.
El mejor médico es aquel a quién le duelen sus pacientes. Un médico bueno sin humanidad puede dar con la solución del problema de la salud pero el paciente no estará conforme.
De esos carecen los profesionales de la salud en esta ciudad. De humanidad, de interés real en sanar los enfermos. Por eso las tantas demandas, por eso el descontento de la gente.
Lo que hemos visto en la televisión latina norteamericana en los últimos días es para sentirse indignados hasta los tuétanos. Una mujer lleva casi 24 horas en un hospital siquiátrica buscando ser atendida ante la indiferencia del personal de seguridad. Cae al suelo, se golpea el rostro y finalmente muere. La escena es captada en una cámara de seguridad.
Cuánta indolencia e irresponsabilidad. Hasta ahora, simplemente el personal responsable ha sido despedido, por lo menos eso han dicho. Pero ¿Cuántos más habrán corrido la misma suerte?
Recuerdo de jovencito haber leído a Eduardo Galeano y sus Venas Abiertas. Narraciones espeluznantes sobre el ejercicio de la medicina en los Estados Unidos. Le confieso que hasta llegar aquí y vivirlo me resistía a creerlo. Ahora puedo dar testimonio y no sólo por este caso, sumamente grave por demás, sino por asuntos personales.
Un familiar sintió un fuerte dolor de pecho, se llevó al hospital más cercano y sólo pusieron atención cuando le oyeron caer de bruces en el baño donde entró a resolver una necesidad personal. Entonces cumplieron con el deber. Pero ahora con otro agravante, una profunda herida en su frente.
Este es sólo uno, puedo contar más. Yo mismo he tenido la necesidad de usar los servicios de salud y el trato es frío, me repiten lo que sé y cuánto digo pero no tengo respuesta.
Escribo esto intentando hacerlo corto pero es tanta la indignación y la impotencia ante el hecho que no puedo más que desahogar mi rabia en este texto.
El mejor médico es aquel a quién le duelen sus pacientes. Un médico bueno sin humanidad puede dar con la solución del problema de la salud pero el paciente no estará conforme.
De esos carecen los profesionales de la salud en esta ciudad. De humanidad, de interés real en sanar los enfermos. Por eso las tantas demandas, por eso el descontento de la gente.
martes, 1 de julio de 2008
SOLILOQUIO
La aurora del olvido
Estamos asistiendo, conscientes o no, a un naufragio de difícil rescate. El olvido ha hecho presa de muchos. Abriendo así las compuertas de la desfachatez, el irrespeto, la irreverencia y la inmoralidad.
Nos olvidamos de las buenas formas y el buen decir. Pareciera que perdemos en humanidad cuanto ganamos en progreso y desarrollo.
¿Y nuestros hijos? Bien gracias, diríamos sin reparo, pero sin conocimiento de causa. Porque nos los está robando el desatino. Las canas eran sagradas, hoy una desgracia a ocultar. Las arrugas una señal de respeto y veneración, hoy la evidente marca de haber pasado de moda. Por lo tanto, también hay que borrarlas.
El olvido como arma para ocultar nuestras miserias pero también nuestros valores. El olvido para enterrar la inteligencia y el decoro. El olvido como manera de dar paso al delirio aberrante de un mundo sin control. Y todavía podemos despertar, antes de la aurora, para que no nos sorprenda la terrible soledad de la desvergüenza.
Nueva York
Martes 1ero. De Julio
Estamos asistiendo, conscientes o no, a un naufragio de difícil rescate. El olvido ha hecho presa de muchos. Abriendo así las compuertas de la desfachatez, el irrespeto, la irreverencia y la inmoralidad.
Nos olvidamos de las buenas formas y el buen decir. Pareciera que perdemos en humanidad cuanto ganamos en progreso y desarrollo.
¿Y nuestros hijos? Bien gracias, diríamos sin reparo, pero sin conocimiento de causa. Porque nos los está robando el desatino. Las canas eran sagradas, hoy una desgracia a ocultar. Las arrugas una señal de respeto y veneración, hoy la evidente marca de haber pasado de moda. Por lo tanto, también hay que borrarlas.
El olvido como arma para ocultar nuestras miserias pero también nuestros valores. El olvido para enterrar la inteligencia y el decoro. El olvido como manera de dar paso al delirio aberrante de un mundo sin control. Y todavía podemos despertar, antes de la aurora, para que no nos sorprenda la terrible soledad de la desvergüenza.
Nueva York
Martes 1ero. De Julio
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