domingo, 6 de julio de 2008

SOLILOQUIO

La soledad del “atestado”

Los andenes repletos, en los vagones del tren no cabe un suspiro. Y así los ascensores, las oficinas, las cafeterías. Lugares donde se camina en masa por que no hay espacio para un desplazamiento fluido a no ser con mil almas respirándote al oído.
Es la realidad de una ciudad matizada de silencios pero rodeada de un bullicio eterno que se prolonga hasta el sueño. Nueva York es una urbe de soledades y vacíos. Mudos desplantes entre estaciones abarrotadas de esperas y muecas de hastío.
Personajes con rostros pero sin nombres. Número social que cada noche vuelve a desafiar la soledad con un televisor, un libro o un ordenador sin lograr dejar de percibir el espanto por la ingrata ausencia de una sonrisa.
Así vivimos, así andamos, sin respuesta. No todos, porque entonces sería la muerte. Hay mucha gente con familia que le espera. Una mesa para compartir, una buena nueva, una reflexión sobre la noticia del día o un brazo dispuesto para recorrer caminos. Quizás los menos, quizás los más.
Pero a lo que no podemos escapar es a esa sensación de desarraigo cuando abordamos el metro y no hay una mirada a quien responder un “buenos días”.
A nadie le importa nada o alguien. Eventualmente, más por responder a un llamado de la ley que de las normas cívicas se entrega un asiento a un minusválido o se cede el paso a un abordante en necesidad. Porque se anda solo como puta ajada en las calles de Paris o Madrid o cualquier ciudad donde ejerza.
La soledad del atestado es el refugio de las almas varadas en el miedo y la desconfianza. De los seres arrogantes calcinados en el ego de creerse dueños del mundo. Es la respuesta a un credo fundado en el escepticismo y el desamor.
Me aterra subirme al tren. Mirar caras envueltas en miradas perdidas. Buscando no mirar para no comprometer un asombro. Seres empequeñecidos, inutilizados en un abandono de espanto y podredumbre. Donde nadie cree en la fuerza de una cortesía o en el impacto de un saludo a un desconocido.
En su soledad el atestado desconfía, desdeña, maltrata. Pero es igual mirado con desconfianza, desdén y también se le maltrata. Porque cuanto va también se recibe de vuelta.

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